¿POR QUÉ NOS CASAMOS?

¿Por qué nos casamos? ¿Es el siguiente paso obligatorio en una relación estable? ¿Casarse es el objetivo de toda pareja? ¿Cómo me cambia el matrimonio? ¿Estar enamorados es suficiente? ¿Qué nos impulsa en algún momento a querer casarnos? Creo que todos, en algún momento, nos hemos planteado alguna de estas cuestiones. Pero, lamentablemente, no todos encontramos una respuesta satisfactoria en nuestro entorno, en algún libro de autoayuda o en foro enfemenino. Hay quien decide eludir la cuestión conscientemente toda su vida porque entiende que casarse es una consecuencia natural de hacerse mayor o del enamoramiento. Para algunas personas, la simple idea de sentir que le asaltan dudas una vez tomada la decisión de casarse le hace querer encerrar sus pensamientos en una caja y seguir adelante con los ojos cerrados. Sin embargo, tener dudas es bueno porque nos ayuda a mejorar como personas, pueden fortalecer el vínculo con la pareja e incluso es sano.

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La boda es un gran evento, sí. Ya sea más barata o más cara, en el interior de un edificio o en un enorme jardín, con más o menos invitados. Sin duda alguna, es el día D. ¿El día de qué? Para algunas de nosotras, el día en el que comenzó la maravillosa aventura de construir una vida en común y elegir amar a tu pareja un día tras otro. Para otras personas, el maldito día en el que todo cambió y de pronto no se cumplieron sus expectativas, el día en el que descubrieron que se habían casado con alguien a quien no conocían, que no las entiende o incluso, detestan. Y ¿por qué? ¿Quizás el matrimonio no estaba hecho para vosotros dos? ¿Sabes realmente qué es el matrimonio? ¿Sabes qué supone el compromiso que aceptamos el día de la boda?

Está claro que el matrimonio civil es aquel que se celebra ante el Juez, Alcalde, funcionario y ahora ya, notario. El objetivo es unir jurídicamente a dos personas. Sí, es un contrato en el que los cónyuges tienen unos derechos y unas obligaciones, como son el deber de respetarse y ayudarse mutuamente y actuar en interés de la familia. También, en el matrimonio, el marido y la mujer van a ser iguales en derechos y deberes. Y además, los cónyuges están obligados a vivir juntos, guardarse fidelidad y socorrerse mutuamente. Pero ese día, entre la emoción, los nervios, las fotos y algunos contratiempos, a lo que menos se le presta atención es a la lectura de los artículos del código civil. Unos meses después, una vez que ya hemos enseñado las fotos y el vídeo al último amigo, primo y vecino, una gran mayoría olvidan por completo el significado del acto.

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Por otra parte, el matrimonio religioso no se celebra sin más como ocurre en el civil. Se celebra el Sacramento del Matrimonio. Cuando escogemos esto, estamos eligiendo un matrimonio de tres. Cuando vamos a casarnos a la Iglesia es que nos hemos puesto de acuerdo tres personas: el novio, la novia y el mismísimo Creador de la pareja humana. Según Jairo del Agua, el Sacramento del Matrimonio es la «entrega y compromiso públicos« entre esas tres personas. En el matrimonio civil le dices a tu pareja: te quiero, me entrego a ti, quiero compartir la vida contigo. Pero en el matrimonio religioso hay un diálogo mucho más denso que supera con mucho al diálogo civil. Cuando te casas por la Iglesia le estás diciendo a tu pareja: «Quiero amarte como Dios te ama«.

Y luego están los de «no quiero dar un disgusto a mi familia», «no soy practicante pero soy católico de toda la vida y queremos que Dios bendiga nuestro matrimonio», «la ceremonia es más bonita y brillante en la iglesia» o, mi favorita, «así será un matrimonio más serio e indisoluble». A todos estos les diría varias cosas pero la más importante es que están confundidos. Creen que van a celebrar un boda religiosa pero ni mucho menos. Será un matrimonio civil con ropaje religioso y mucha hipocresía para los religiosos a medias. Como bien dice Jairo del Agua, un «matrimonio religioso« sólo pueden contraerlo quienes tienen auténticas motivaciones religiosas.

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Para mí el matrimonio es una decisión que no se toma un día, sino cada día. Y, perdonadme de antemano aquellos que con toda su ilusión tiran la casa por la ventana para tener una boda de ensueño pero eso a la hora de la verdad no sirve para nada. Tampoco nos sirve acudir enamorada. Con esto tampoco basta. Según Malen Odriozola, psicóloga, «el enamoramiento es un proceso bioquímico que se inicia en el cerebro, y que tras la desbordante secreción de neurotransmisores, activa glándulas y respuestas fisiológicas a velocidad de vértigo, con la finalidad de que acabemos reproduciéndonos». Es de corta duración. Los expertos hablan casi siempre de dos años o menos. Y parece que tiene para la humanidad la misma función que el graznido de apareamiento del ganso canadiense. Y para trabajar una tierra como el matrimonio se requiere de duro trabajo y un buen abono: el amor.

Desde mi humilde opinión, el matrimonio no consiste en llegar y «educar» a nuestra pareja.  Es verdad que de dos mitades se hace una unidad, pero sin perder cada uno nuestra identidad. Sin olvidarnos de nosotros mismos en todo el proceso, respetar y ser respetado, valorar y ser valorado, apoyar y ser apoyado. Amar es una decisión que se toma cada día. El amor no es algo que haces para ti sino por la otra persona. Es atreverse a averiguar lo emocionante que puede ser trabajar ese nivel una vez que se termina la fase de enamoramiento.

Te puedes enamorar muchas veces, amar… eso ya es otra cosa. Amar está al alcance de todos, como he aprendido. Es una decisión diaria, pero también es un reto que pocos se atreven a tomar, implica una entrega total, mucho sudor y mucho esfuerzo. El matrimonio es, por tanto, un acto continuo de valentía.

¿ES EL FIN DE LA FAMILIA?

Después de muchas conversaciones con hermanas, amigas y conocidas, todas coincidimos en que, sin lugar a dudas, la pareja es el punto de partida de la familia. En el momento en el que se constituye, la familia se compone de dos miembros y tienen su historia, más larga o más corta, con mayor o menor comprensión empática, un nivel determinado de congruencia o autenticidad y un sistema comunicativo privilegiado, pero también, frágil. Y digo frágil porque existe una delgada línea, invisible, impalpable e imaginaria que separa la crítica constructiva de la crítica corrosiva, la falta de respeto o el desprecio. Es muy fácil cruzarla si no se construyen medios de comunicación seguros en la pareja.

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Lamentablemente, no todas las familias han tenido la oportunidad de tener un largo recorrido antes de sumar niños y, sobretodo, aquellas que se crean un poco de forma accidental por la llegada de un bebé no planificado. Desde mi punto de vista, creo, sinceramente, que es necesario un recorrido previo en la pareja para evitar un problema de comunicación que, a posteriori, pueda terminar por provocar una fisura incurable o una ruptura  definitiva. Y con recorrido previo no me refiero a un número determinado de años, sino a dedicar tiempo a transitar por cada una de las etapas del noviazgo antes de dar el gran paso. Durante ese tiempo potenciaremos el compromiso, conoceremos el lenguaje del otro y estableceremos medios de comunicación seguros que permitan manifestar siempre la opinión propia sin que el otro se sienta rechazado u ofendido.

Al nacer el bebé cada miembro de la pareja debe asimilar un nuevo rol. El rol de ser padres. Y aunque esto aún no lo he podido vivir en mis propias carnes, veo a diario como a otros adultos el trabajo de cuidar y alimentar al bebé les absorbe por completo. La frase que más les escucho a diario es la de: «no tengo tiempo para nada». No les queda ni un minuto para que, al final del día, la semana o el mes, puedan disfrutar de estar juntos como pareja. Pueden pasar horas en la misma habitación, pero no están presentes como pareja, no hay tiempo para el diálogo ni para desarrollar el rol de pareja. Y es que, a diferencia de lo que se cree, el nuevo rol de padres no elimina los anteriores, es sumativo. Somos hijos, pareja, amigos y, ahora, padres.

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Exigencias y estrés en el trabajo, tareas domésticas, vida social, los hijos, y la pareja nos obligan a tener roles diferentes a lo largo de las 24 horas que tiene un día. A menudo los adultos tenemos la sensación de estar corriendo una maratón agotadora e interminable en la que por el camino tenemos que ir tirando roles por la borda porque no llegamos con todo el equipaje a la meta y, cuando llegamos a duras penas con todos (madre, trabajadora, vecina, amiga, etc.), nos enfrentamos a la dura realidad. No hemos cumplido con las expectativas. Nos ponemos a repasar y pensamos: hoy he sido madre, me he sentido realizada en el trabajo, escuché a mi amiga hablarme sobre su problema, fui una vecina generosa y… ¡MIERDA! Ese día, se te olvidó ser esposa. Se nos olvidó dedicarle unos minutos a la persona con quien empezamos una familia.

Hoy todos queremos ser papás y mamás modernos, pero se nos olvida que esta modernidad también nos ha vuelto socialmente más complejos. Hombres y mujeres trabajamos fuera de casa, somos responsables de la economía doméstica, participamos en el cuidado de los hijos y nos repartimos tareas del hogar. Sin embargo, a menudo sentimos que nuestras necesidades no están satisfechas, no nos sentimos escuchados, nos vemos obligados a representar cierto papel que no nos agrada o que no tenemos derecho a manifestar ciertos sentimientos por qué no encajan con la idea que tiene la sociedad hoy en día de nuestro género. ¿Por qué es así?

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Investigando acerca de  las necesidades que tienen las madres primerizas cuando se enfrentan a los cuidados del bebé, leí en una revista sobre «Crecimiento Positivo» que  la vida consiste en cambiar continuamente. Hay que procurar ser conscientes de los cambios que acontecen a nuestro alrededor y de este modo intentar cambiar en la dirección que deseamos, en lugar de la dirección que otros o la sociedad desean para nosotros. No todas queremos ser la dama de hierro, ambiciosa en el trabajo, firme en la educación de los hijos y tener un esclavo en casa. A veces escoger estar en casa con los hijos después de haber despuntado en tu profesión o que tu marido exprese abiertamente que lo que realmente le hace feliz es proveer a la familia hace poner el grito en el cielo a alguna hembrista que ven en este deseo personal un retroceso en la evolución de la especie. Y yo pienso que es todo lo contrario. Se llama libre elección.

La presión de la modernidad social, a algunos, no nos permite ir en la dirección que deseamos, ser flexibles ante los cambios del entorno ni alcanzar nuestros sueños. Siendo madres y esposas también demostramos valía y somos luchadoras. Todas somos igual de válidas decidiendo qué queremos hacer y cómo. La elección de algunas mujeres de abandonar su trabajo y quedarse en casa es igual de válida de la que decide no tener hijos, luchar por ser la primera mujer en llegar a la luna o ser célibe toda su vida.

Hoy quiero finiquitar con aquello con lo que empecé: la importancia de la pareja. Para que el vínculo de la pareja, los cimientos de la familia, se mantengan sólidos, ninguno atraviese la línea imaginaria del respeto y seamos felices, es necesario permitir al otro ser quién es, quien necesita ser y, porqué no, quien sueña ser. Y, en ese vuelo libre, cuando somos conscientes de nosotros mismos, elegimos regresar al espacio compartido, el que creamos juntos, porque también encontramos sentido al camino que estamos recorriendo.  Cuando evitamos la rigidez de los roles podemos hacer frente al reto más difícil de todos: construir un espacio en el que la pareja y los hijos se desarrollen mediante el diálogo constante.

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