Desde hace algún un tiempo, cada vez más, me reto a vivir a diario sin aferrarme a lo material. Y tengo suerte porque mi nueva faceta ha hecho muy buenas migas con otra, la de reciclar o encontrar un nuevo dueño a aquello que ya no uso. Hoy, por ejemplo, he decidido abrir el armario en busca de ropa de abrigo para esta nueva temporada. Un par de vaqueros y algún jersey gordito era todo cuanto necesitaba, sin embargo, de eso no había ni rastro. Y cuál ha sido mi sorpresa al encontrar más de un docena de vestidos de fiesta, noche y coctel. Como si en la última semana hubiera sido galardonada con un premio en los MTV EMA en la categoría de artista femenina o un Ondas a la trayectoria periodística más destacada y la ocasión mereciera un modelito nuevo cada noche. Ya quisiera yo, pero nada más lejos de la realidad. Los vestidos son el recuerdo de muchas fiestas, mucho glamour, y nada más. Dos o tres horas en un evento y cada vestido volvía a su retiro espiritual para no volver a ver el mundo exterior.
El caso es que cuando me encuentro con tanta cosa que no sirve para nada, que se compró y no se estrenó, o que simplemente se compró por si acaso o para un momento concreto, siempre me hago la misma pregunta que Amado Nervo, poeta y prosista Mexicano: «¿Por qué aguardas con impaciencia las cosas? Si son inútiles para tu vida, inútil es también aguardarlas. Si son necesarias, ellas vendrán y vendrán a tiempo». Me he dado cuenta de que cuanto más alejados estamos de no tener nada, mayor es el miedo y la preocupación por quedarnos sin las cosas. Quienes menos tienen no malgastan ni un minuto de su tiempo en meditar acerca de lo que les falta en el armario o qué comerán ese día. Tener poco no justifica acaparar algo. Quien comparte lo poco que tiene hace que esas miguitas se vuelvan grandes simplemente por el hecho de repartirlas. Y al final, el miedo a quedarnos sin nada o a vivir materialmente limitados y muchos otros miedos son todos el mismo: el miedo a lo desconocido.
Esto lo aprendí pasando algunas semanas en el sur de Marruecos, comparando la situación por la que atraviesa nuestro país con la vida en aquel país árabe, viendo a todos aquellos niños compartir lo poco que tenían con los chicos de la Casa Escuela Santiago sin importar el mañana. Y hace dos días, despidiendo a los niños del pueblo de su estancia en Salamanca, vino a mi mente de nuevo esa reflexión. Los niños saharauis han estado dos semanas en la ciudad contagiándonos de su espíritu de superación, aprovechando para ir por primera vez al dentista, a la piscina, a montar a caballo y aprendiendo a pasar frío. De nuevo, esas sonrisas me hicieron recordar cuanto habían compartido ellos, que no tienen nada, con todo el equipo de educadores y voluntarios. Se me olvidó por un tiempo que transportamos la losa de la «crisis». Y recordé por un instante las palabras de una señora del pueblo. Me decía que en esta vida no hay que preocuparse por nada, por absolutamente nada, ya que ni la mayor desgracia hará que podamos cambiar un ápice el futuro. Mientras te preocupas, lo que te puede pasar es que te pierdas el presente y dejes de ser tú misma. Debemos olvidarnos de todo lo que no tenemos o aún no hemos conseguido, «hay infinidad de cosas que se pueden percibir en la vida, pero solo las realmente importantes llegan al corazón», como decía Jesús Angel de Prado.
Ahora que atravesamos una difícil coyuntura económica en nuestro país, y que toda conversación se basa en si trabajas más o menos explotado, te queda el subsidio o nada, nos cuestionamos a menudo cómo haremos para vivir sin esto o sin aquello. Recordamos continuamente aquellos días en los que salíamos a tomar un café casi a diario y todos lo fines de semana quedábamos con los amigos para cenar en aquel restaurante de moda. Daba igual si había rebajas o era nueva temporada porque siempre caía algún trapito. Todo con tal de pisar la oficina con nuevo modelito por que lo de repetir se lo dejábamos a la Leti, que ella sí necesitaba aparentar normalidad. Y el caso es que ahora disfrutamos en casa con la pareja; nos reunimos los amigos o la familia alrededor de la mesa, compartiendo nuestros pequeños logros o dificultades; hacemos malabares y refrescamos las matemáticas para poder llenar el carro de la compra sin dejar un riñón de aval; y hemos aparcado el coche por un modelo más ecológico: la bicicleta. Aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid estamos disfrutando de las pequeñas cosas, de lo sencillo, y afrontando el miedo a los desconocido.
Muy bonito…
Me recuerdas un poco a mí escribiendo a veces 🙂 pones un título atractivo y un sinfín de verdades interesantes. Profundas y reales como la vida misma. Definitivamente, me alegro de que hayas aparecido en mi blog. Llevas mucha razón en tus palabras. Tengo que seguir leyéndote poco a poco. Saludos.